27.4.12

Plan de vuelo


Su cuerpo no es de nadie.
Leve
como una semilla
reparte sonrisas y alegrías
lejos de este agujero.
Su corazón no es de nadie.
Volátil
como un pájaro chiquito
vigila desde el aire los pequeños
momentos felices de sus abandonados.
Entre cervezas y amigos yo espero
que aterrice en mi mesa.

25.4.12

Plan B.


Me ahogan los aullidos que no doy
me pierdo en laberintos que no existen
y el silencio
propio y ajeno
me sepulta.
Las palabras no pueden resistir
tanto encierro.

17.4.12

El durazno y la pelusa.

Ahora decís que te molesta
que no te deja barrer
ni cocinar
Que ocupa el baño temprano
y deja sucia la taza de café.
Que aparece de repente 
cuando estas con tus amigos
y se toma el vino
y desordena los libros.
Que está siempre en el medio
que no hace nada en todo el día
solo llena ceniceros
y aúlla con los perros cuando hay luna llena.
Lo que nunca decís
lo que siempre te olvidas de contar
es que vos me mataste
así que bancate  mi cadáver.

11.4.12

La ultima tarde.



No alcanzó a dar un paso mas allá del marco de la puerta  y el sol ya había enceguecido su cotidiano paisaje, se mantuvo unos segundos quieta, de pie en el umbral, con los ojos entrecerrados, casi pudiendo sentir el mundo girar a mil seiscientos kilómetros por hora. Lentamente todo recobraba su forma, los contornos primero, las casas después, algunos detalles, rejas, árboles y finalmente los colores, esos tan particulares que el verano le estampa a la siesta.
Caminó despacio, como siempre, con una frialdad que parecía calculada, como un acto estudiado mil veces y mil veces llevado a cabo. Esa frialdad de afuera se transformaba en una estepa congelada adentro, apagando de a poco su llama, dejando su alma a oscuras. Llegó a la plaza y se dejo caer en un banco cualquiera, quiso morir en ese instante, que todo termine, que no exista ya la soledad.
Recordaba, semidormida, años atrás, ella y la ciudad y sus luces, la gente repitiendo su nombre, los niños cantando su nombre, el mundo se abría a sus ojos, el país a sus pies. Y ahora, viviendo en una pocilga, olvidada, tan arrugada que ya no soportaba mirarse al espejo, cada vez mas lenta, los lentos viajes semanales al ministerio y ya la van a atender y vuelva la semana que viene y el dueño de la habitación pocilga hogar que si no me paga el alquiler para la semana que viene se va a tener que ir, va a tener que dormir en el banco mugriento de la plaza mugrienta adonde va a sentarse, que yo mismo le voy a tirar los pocos trapos sucios que tiene a la calle y ella callada, tragando la tristeza de la humillación, escondiendo la cabeza, arrugando el alma, sintiendo una piedra fría en el lugar donde antes brilló un corazón enamorado y su Pehuajo  natal tan lejos de esta tarde pesada y calurosa que la encontraba volviendo, como siempre, muy despacio a su habitación pocilga hogar, la puerta pesada se cerró y la oscuridad de adentro le enfrió los pensamientos, sobre la mesa descansaba un pequeño frasco sin abrir.
En el piso, ahora, descansa un pequeño frasco vacío, parece que se duerme, sabemos nosotros que la vida se le está yendo, un poquito caminando y otro poquitito a pie.