26.8.14

Dudas.


Si me preguntan
tengo dudas
todos tenemos dudas
y quién sabe a qué luces
superbrillantes
nos aferramos
para ir tapando como se puede
esas cosas chiquitas que nos duelen
esa mínima tristeza
que guardamos abajo de la cama
cuando viene gente
cuando andamos por la calle
cuando vamos al bar
cuando se alza la luna allá lejos
en el río que no vemos.

Tapizamos el cielo
de imágenes
con texturas
ruidosas
para
no
pensar
en la muerte.

22.8.14

Ni dos ni tres.

Ya no hace falta
casi
nada más
pareciera
que todo está  dicho
que todo está hecho
y sin embargo acá seguimos
buscando un color que lo defina todo
o una palabra que resuma
la guerra y la paz, el amor y el odio
el olvido y la memoria
los noventa y nueve nombres de dios
el universo infinito y sus trazos sutiles
los sueños de todos los hombres
la forma de tus ojos
las huellas por el camino que te trajo
la niebla por el sendero que te llevo
los rasgos del rostro de la muerte
el vino, el pan
la intensa geografía del cielo
todos los bares que cerramos
las uñas y los cabellos que crecen
en el silencio húmedo del ataúd
las melodías que todavía no son
tal vez aquello que no será nunca
los juegos de niños que olvidamos
el semen, la sangre y la saliva
el hambre, el destierro
el exilio y el regreso
el apocalipsis, el génesis
el cantar de los cantares
el arquetipo de todas las cosas
Una palabra
que inmensamente
todo lo abrace
para decirla un día
con voz grave
serena, mansa
profunda
alguna mañana
rodeados del frutal perfume
que inunda nuestra llanura





21.8.14

Mis manos y yo en este papel.


Las callecitas de San Carlos tienen ese qué se yo
sobre todo en otoño, cuando parece que el humo con olor
a café quemado se te pega en los pelos, en la piel
y te va tapando de a poco los poros.

O en las arduas jornadas de verano
cuando sopla viento norte trayendo olores
del basural  y aparecen la víboras
en todas las acepciones que esta palabra pueda tener.

La primavera trae siempre el principio de los días húmedos
y si te toca, como a mí, no tener aire acondicionado
empieza la temporada de no dormir, solo para volver
a pegar un ojo cuatro o cinco meses después.

En el invierno el viento sur sopla de olvido
como si nos arrastrara los pasados, los futuros
y solo nos dejara un presente intangible
una calamidad constante que no tiene donde ir.

Si mis manos y yo, en este papel, persiguiéramos
con férrea voluntad  un anhelo de justicia
entonces tendríamos que escribir sobre las mandarinas
robadas a la siesta
los mates abajo de la enredadera de la casa de los viejos
con los perros durmiéndose al sol
el amor puntual que regresa con cada primavera
la gente en la calle
el color verde, los grillos a la noche
las chicharras a la siesta
y las ranas después de la lluvia.

Pero mis manos y yo, en este papel
hoy andamos de nuevo
con un miedo terrible a la muerte.