21.8.14

Mis manos y yo en este papel.


Las callecitas de San Carlos tienen ese qué se yo
sobre todo en otoño, cuando parece que el humo con olor
a café quemado se te pega en los pelos, en la piel
y te va tapando de a poco los poros.

O en las arduas jornadas de verano
cuando sopla viento norte trayendo olores
del basural  y aparecen la víboras
en todas las acepciones que esta palabra pueda tener.

La primavera trae siempre el principio de los días húmedos
y si te toca, como a mí, no tener aire acondicionado
empieza la temporada de no dormir, solo para volver
a pegar un ojo cuatro o cinco meses después.

En el invierno el viento sur sopla de olvido
como si nos arrastrara los pasados, los futuros
y solo nos dejara un presente intangible
una calamidad constante que no tiene donde ir.

Si mis manos y yo, en este papel, persiguiéramos
con férrea voluntad  un anhelo de justicia
entonces tendríamos que escribir sobre las mandarinas
robadas a la siesta
los mates abajo de la enredadera de la casa de los viejos
con los perros durmiéndose al sol
el amor puntual que regresa con cada primavera
la gente en la calle
el color verde, los grillos a la noche
las chicharras a la siesta
y las ranas después de la lluvia.

Pero mis manos y yo, en este papel
hoy andamos de nuevo
con un miedo terrible a la muerte.

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